lunes, 18 de mayo de 2009

ARRANQUE DE CAMPAÑA.


Combatiz.com sitio web de la campaña

Con todo el entusiasmo de un equipo de trabajo hoy arranca la campaña electoral para la delegación Benito Júarez

Con intensas jornadas de interacción con la ciudadanía para integrar el espectro de los grandes problemas y fijar responsablemente las estrategias que habrán de resolverlos mediante acciones conjuntas entre autoridades y vecinos iniciamos hoy un ambicioso plan de trabajo limpio y transparente.

Invitamos a la comunidad de la Delegación Benito Júarez para que se una en estos propósitos de cambio.

sábado, 16 de mayo de 2009

Violencia contra jóvenes

Con motivo de mi colaboración en el gobierno legítimo como secretario de Justicia y Seguridad, he tenido ocasión de conocer diversos casos de jóvenes que son involucrados en delitos graves o aparentemente graves, por los cuales van al reclusorio y soportan procesos judiciales sin derecho a libertad causional.


Muchos casos son hechos inventados o exagerados por los policías que buscan obtener las recompensas que sus jefes les dan si logran detenciones importantes; en mi colaboración anterior para la sección Capital de La Jornada, mencioné el caso de una joven que en una discusión sin importancia, sobre un juego de futbol, arrebató una playera con un valor ínfimo al simpatizante de un equipo rival y fue detenida por granaderos, puesta a disposición del Ministerio Público y luego consignada por robo agravado en pandilla; llegó al timorato juez que le dictó auto de formal prisión y con ello convirtió una travesura, que merecía cuando mucho una reprimenda o un arresto de pocas horas, en una tragedia para la vida de una estudiante de 18 años.

He sabido de otros casos en los que los policías que intervienen en discusiones o pleitos entre taxistas y sus pasajeros aconsejan a los primeros para que acusen a sus rivales en una pelea intrascendente, de asaltantes en transporte público, que también constituye una agravante y por tanto incremento de la pena y prisión preventiva por largos meses, en tanto que se acredita la verdad.

Lo anterior, hace que en las cárceles abunden jóvenes, mujeres y hombres, que entran a un verdadero calvario por actos que pueden ser antisociales, pero que no merecen una pena como la que los muchachos y muchachas reciben en los reclusorios. Es indispensable que las autoridades de seguridad pública, procuración de justicia y judiciales sean muy cuidadosas en los asuntos en los que sale peor el remedio que la enfermedad. La sociedad pierde mucho si un estudiante o un joven trabajador es segregado de su entorno familiar, para quedar rodeado de un ambiente dañino en alto grado para su formación, costoso para su familia en grado extremo, y todo por la aplicación rigorista y sin criterio de disposiciones destinadas a verdaderos delincuentes y no a personas que cometen errores, que no son asesorados debidamente o que, de ser responsables, deben pagar en justicia, pero sin excesos.

Es más valioso socialmente que una muchacha o un muchacho reciban asesoría adecuada de la defensoría de oficio y del Ministerio Público en forma oportuna a que tengan que padecer, ellos y sus familias, un verdadero drama que se prolonga por largos y angustiosos meses y a veces años.

Mucha razón tiene el rector de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, Manuel Pérez Rocha, al señalar lo grave que es que en la capital del país se queden sin acceso a la educación superior más de 200 mil aspirantes; nuestros dirigentes sociales deben poner mayor atención en una política preventiva, que pasa necesariamente por la educación y reducir las acciones represivas que tan graves daños causan a las personas, en particular, y a la sociedad en su conjunto.



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jueves, 14 de mayo de 2009

Chesterton: paradojas, ortodoxia y humorismo


Era Chesterton un lector, admirador y recreador de los cuentos de hadas, esa expresión popular que surge desde las raíces más profundas de la cultura europea, da luz a las épocas oscuras y aún forma parte del espíritu subyacente en el mundo moderno; fábulas que son un reducto de ética y de filosofía popular. Esos relatos ciertamente no eran historias sino leyendas, por tanto más dignas de crédito, decía el mismo Chesterton, quien quizás sin saberlo y sin duda sin proponérselo, parecía un personaje de esos cuentos, un gigante de su propio relato; era a la vez el creador y la criatura de una larga y azarosa historia contada para todos, para sus lectores y para sus detractores, para sus amigos y para los desconocidos, sin distingo entre quienes pensaban como él o quienes disentían, siempre, en todo caso, con respeto y honradez intelectual.

Quienes escriben o hablan de Chesterton, aún hoy, pero por supuesto en su tiempo o poco después de su muerte acaecida en 1936, se refieren y se referían a él como un gigante, en lo físico y en lo intelectual, un hombre grande, corpulento, grueso, figura inconfundible y blanco frecuente de los caricaturistas, un hombre sin duda desmesurado que tuvo como característica fundamental el escribir y publicar sin descanso, polemizar, disentir de las corrientes de pensamiento prevalentes, hablar e inventar personajes y situaciones casi al infinito.

Siendo un admirador de la vida activa y de las aventuras, su misma vida fue una larga aventura intelectual, un cuento fantástico en el que era a la vez el gigante y Jack mata gigantes; siempre en medio de la acción, en las calles, en las plazas, en los tranvías suburbanos y en las tradicionales tabernas de Londres y sus alrededores, aunque también, ocasionalmente, invitado a los salones de los aristócratas y de los políticos a donde llegaba con el mismo desparpajo, agudo y picante de su charla plena de humor, polémica, profunda y caballerosa.

Durante toda su vida no paró de escribir poemas, novelas, ensayos, biografías, artículos periodísticos, epigramas, y de su pluma brotaron cientos y cientos de cuartillas y todo ese universo de palabras, personajes, situaciones, paisajes bajo un plan maestro del que nunca se separó: defender al cristianismo de las herejías nuevas y antiguas que lo acosaban, y que en su visión de profeta moderno comprendía que serían para el mundo fuente de desastres, explotación y guerras. Por supuesto, él estaba seguro de que lo que se llamaba entonces la cultura occidental saldría adelante y victoriosa.

Desde muy joven, cuando aún era, como lo describió entonces la esposa de su hermano Cecil, un personaje alto y apuesto, con algo del Cyrano de Rostand en el porte y el desplante, tuvo el gusto por la vida rica en incidentes y acontecimientos, llena de aventuras que lo mantenían dispuesto a los duelos de ingenio, de argumentos y contra argumentos, de retruécanos y paradojas. Un duelista intelectual me parecería una buena descripción de este escritor, verdadero personaje de su tiempo.

Gilbert K. Chesterton nació en 1874, fue amigo y cómplice de travesuras intelectuales de Hilaire Belloc, contrincante en interminables debates, pero también amigo de Bernard Shaw y de H. G. Wells, entre otros, temido en la polémica periodística, brillante y arrollador en el debate verbal, dispuesto siempre, como lo dice en Ortodoxia, a escribir un libro a la primera provocación.

Y muchas veces seguramente fue provocado, porque además de poemas, ensayos, artículos y epigramas para periódicos y revistas, algunas fundadas y dirigidas por él mismo, durante mucho tiempo escribió al menos un libro por año, sin dejar de entregar sus contribuciones periodísticas y sin cesar de dar conferencias y charlas.

Desde su primera novela de juventud se ganó el respeto y el reconocimiento de sus contemporáneos. El Napoleón de Notting Hill muestra un estilo peculiar de narrador a la vez profundo y jocoso, certero y casi cinematográfico en sus descripciones de paisajes y situaciones, imaginativo en la trama que linda con lo estrafalario, pero que se desenvuelve en forma amena e intrigante ante el telón de fondo de un alegato político, un aliento constante de apego, de amor al terruño, que el lector atisba primero y luego encuentra convincente e ineludible.

Su estilo inimitable continuó en otras muchas historias en las que Londres y sus alrededores, la niebla del Támesis, las casas de los barrios, los muelles, las puestas de sol, las hosterías, los colores cambiantes del amanecer o del crepúsculo son el escenario en que entran, salen y actúan personajes inigualables y geniales, casi siempre discutiendo y expresando ideas audaces y brillantes, frecuentemente sorprendentes. Así desfilan en las más conocidas e inquietantes de sus obras de narrativa: El hombre que fue jueves, El Club de los Negocios Raros, Las paradojas de Mr. Pond, Cuentos del Arco Largo y la que en lo personal me parece la más lograda y representativa de su pluma, La esfera y la cruz.

No resisto detenerme en ella. Esta novela, que aún me deleita cuando la releo, fue producto de su madurez intelectual; en ella encontramos envueltos en aventuras interminables a dos personajes enemigos declarados, un católico ferviente y un ateo, escoceses ambos, que deciden que alguno de los dos sale sobrando en este mundo y, como buenos caballeros, recurren a un duelo a espada para decidir cuál es el prescindible. El asalto concertado y sin ventajas es evitado una y otra vez por la policía, que los persigue implacablemente, y por un siniestro personaje, el secretario de Salud, que trata a toda costa de convencer a la opinión pública de que el ya ampliamente conocido duelo mortal por puro ideal y puro romanticismo, es sólo una vaga leyenda y una mala superstición.

Y como los irreconciliables amigos-enemigos tienen que huir juntos para escapar de los incansables agentes de la policía que tratan de aprehenderlos, corren y recorren la campiña inglesa, paran en poblados de pescadores y en hosterías escondidas, siempre buscando el lugar tranquilo para batirse sin ser interrumpidos. Sus correrías les permiten discutir largamente sobre sus diferencias y al lector ser testigo de sus argumentos vehementes, cargados de convicción, expresados por ambos con integridad intelectual y agilidad mental.

Lo más interesante de esta difícil e intrincada historia, que aprisiona al lector, es que en sus correrías los duelistas van topándose con prototipos de corrientes de pensamiento y de formas intemporales de ser de la gente. El ambicioso mercader narigudo que, a sabiendas de que es para cometer un crimen, les vende las armas con tal de obtener su ganancia; el seguidor de Nietzsche, adorador de la violencia, pero él mismo incapaz de enfrentarse a nadie, el lector de Tolstoi, pacifista a ultranza, y así uno a uno, todos los representantes de las ideologías en boga. El desenlace, con su ingrediente romántico, es una ingeniosa e indiscutible lección de ética, de filosofía y de política práctica, pero también una muestra irrebatible del ingenio del narrador, capaz de crear situaciones inesperadas y sorpresivas.

Fue también Chesterton cultivador magistral de la novela policíaca, campo de la literatura al que aporta su personaje singular, el diminuto y aparentemente ingenuo y distraído Padre Brown, héroe principal, tan sagaz y observador como el Sherlock Holmes de Connan Doyle, a quien aventaja en el conocimiento de la naturaleza humana. No es menos interesante el compañero de andanzas del Padre Brown, el ladrón arrepentido, ágil y fuerte, amigo de aventuras y frecuente acompañante del menudo sacerdote católico, el francés Flambeau, siempre dispuesto a la acción y a las hazañas de valor personal, complemento del equipo, equilibrio dialéctico y partícipe de las aventuras.

Chesterton podría haber escalado la fama sólo con los cuentos cortos, pequeñas joyas de la novela policíaca en las que el Padre Brown es el actor principal, pero sus colecciones policíacas son apenas una muestra de su basta obra, aunque sean una muestra genial. Seis libros, nada menos, de aventuras, en los que los criminales y los crímenes más atroces son descubiertos por la sagacidad y el poder de observación del Padre Brown, siempre alerta para penetrar lo mismo los pequeños detalles que delatan al trasgresor que las aberraciones intelectuales y morales que lo inducen al delito.

Desde El candor del Padre Brown, en 1911, que causó gran revuelo en el mundo intelectual de la época, hasta El escándalo del Padre Brown, en 1939, escrito ya cerca del fin de su vida, una de cuyas aventuras sucede en la frontera entre México y Estados Unidos y que cierra la serie. De ella forman parte La sabiduría del Padre Brown, La incredulidad del Padre Brown (tan ferviente creyente) y El secreto del Padre Brown. Sin desperdicio, al igual que sus relatos de La hostería Volante ”, El Club de los Negocios Raros y Cuentos del Arco Largo, todos con su sello peculiar, nutridos con las creencias populares y las formas de ser de su entrañable pueblo inglés.

Una veta más del genio chestertoniano, diferente en tono e intención, pero tan brillante, tan rica como sus relatos imaginarios, la constituye el conjunto de sus libros biográficos e históricos. Escudriñó y escribió sobre las vidas de personajes tan distantes y disímbolos como Chaucer y el santo filósofo Tomás de Aquino, o como Charles Dickens, de quien se sentía discípulo y admirador, y San Francisco de Asís, a quien veneraba sinceramente y a quien siempre admiró.

Para Chesterton, San Francisco, el santo poeta, admirador de la naturaleza, incansable caminante y fundador de comunidades y ermitas, es el prototipo del santo católico, a quien confronta y compara con el misticismo oriental encarnado en Buda. Mientras San Francisco, siempre activo e inquieto, yendo de un lugar a otro o construyendo algo, es como una cuerda de violín tensa y vibrante, abierto y entregado al mundo que lo rodea, Buda es un contemplador de sí mismo, “ensimismado”, inmóvil, aspirando al nirvana, a la nada, a la pérdida de la individualidad en el todo. San Francisco, por el contrario, incansable, asombrado ante lo que lo rodea y cantando a Dios y a la naturaleza, rescata y resalta su propia e intransferible individualidad, que trasciende pero que no se pierde ni se confunde.

De Charles Dickens dijo alguna vez que el autor de Las Aventuras de Mr. Pickwick, de David Copperfield, entre otras novelas, encontró “el ideal viviente y vigorizante de Inglaterra en las masas”, donde debe buscarse, y agrega: “Dickens era humorista, sentimental, optimista, pobre, inglés, y su mayor gloria fue haber visto a la humanidad en su lozanía asombrosa y no haber presentado nunca en sus obras a un gentleman .”

Digna de mención es su admirable estudio sobre Santo Tomás de Aquino, “el buey mudo”, con quien sin duda se identificaba por su corpulencia y por lo certero de sus razonamientos. También por su perseverancia y por su solidez en los dos campos en los que son imprescindibles la fe y la razón. De este ensayo biográfico expresó Étienne Gilson, el filósofo y erudito francés, que en él se aprecia a Chesterton, más que como un historiador, como un teólogo.

Otro libro asombroso de Chesterton es su Pequeña historia de Inglaterra, en la que hace gala de erudición inigualable y de amor a su país, sin que esto le impida ser un crítico certero de los personajes negativos que descubre entre los ambiciosos barones terratenientes, explotadores de campesinos y, más adelante, entre los navegantes, mercaderes esclavistas y piratas. En cambio, destaca figuras populares como el buen rey Ricardo, el de las gestas de los juglares medievales, y a otro, al autor de Utopía, Sir Tomás Moro, canciller del reino y mártir de la congruencia y de la integridad personal.

Es Ortodoxia otra de sus universalmente conocidas obras, inclasificable ensayo entre alegato, confesión y credo personal, libro definitorio en el que explica la aventura intelectual de su vida; en él Chesterton expresa con maestría sin igual sus más profundas convicciones, reitera las críticas a las herejías del falso progreso y del individualismo egoísta de su tiempo, y defiende con brío denodado la filosofía cristiana, lo que hoy llamaríamos la justicia social, y a las clases pobres de Inglaterra.

Dice, como preámbulo y metáfora de su aventura intelectual, que siempre había querido escribir la historia de un navegante audaz que zarpa de la vieja Inglaterra para descubrir tierra nuevas y lejanas, y al cabo de un largo recorrido, en lugar de una playa exótica y desconocida, desembarca de nuevo en la misma vieja isla europea de la que había salido a la aventura. La sensación del marino es doble y simultanea, descubre algo nuevo y asombroso que es al mismo tiempo familiar, seguro y acogedor.

En Ortodoxia, traducida al español en forma insuperable por Alfonso Reyes, no hay frase ni palabra desperdiciada o sobrante; G. K. C., como fue identificado por años, sin esta obra no sería entendido cabal y completamente. Su relato brevísimo del explorador que busca lo desconocido y regresa al hogar, es la metáfora de su inquietud intelectual que corre y recorre caminos del pensamiento, y al final encuentra confiado la seguridad de la filosofía tradicional que formó a Europa. En una de sus clásicas paradojas dice: “Yo soy el hombre que con suprema osadía descubrió lo que ya estaba descubierto.”

No fue por cierto ni un especialista en economía ni un politólogo al estilo moderno, pero en toda su obra se pone siempre de lado del pueblo frente a sus explotadores, de lado de los humildes y su dignidad, y nunca del lado de los soberbios, arrogantes, codiciosos que se jactan de su falsa grandeza. Frente al capitalismo rampante de la era victoriana, antepone su critica certera a los mercaderes y agiotistas, y no podemos olvidar, al tratar este tema, que en su juventud escribió para la moralización de la política y en defensa de los desvalidos. Fue en la revista New Witness en donde defendió y divulgó con otros camaradas, la corriente que llamaron el “distributismo” en defensa de la economía popular, como diríamos hoy y entonces especialmente, en defensa de la pequeña propiedad y en contra de la concentración de la riqueza. Fue siempre crítico severo de la plutocracia y del gobierno fundado en la protección de los intereses de los poderosos.

Su pensamiento, sus personajes, su alegre sabiduría han influido profundamente en todas partes. Los conocedores del tema saben que por todo el mundo, no sólo en Inglaterra, abundan los clubes de seguidores y admiradores de Chesterton, y hay páginas y portales en internet que se ocupan de su obra. En España las ediciones de traducciones de sus libros se han repetido una y otra vez; uno de sus traductores fue nada menos que Manuel Azaña.

En América Latina su influencia es indudable; podemos decir que al menos dos de los grandes de las letras latinoamericanas lo admiraron y respetaron; Alfonso Reyes fue su lector asiduo y su mejor traductor al español, y Jorge Luis Borges, quien lo citaba con frecuencia y se sentía su deudor intelectual y discípulo. En México frecuentemente se le cita. Un amplio artículo de Federico Arteaga, que conservo sin fecha ni fuente, pero que fue publicado en una revista local, es un excelente estudio y un homenaje a Chesterton. La editorial Polis, que tan buenos libros tenía en su acervo, contrarios al pensamiento oficial, en 1937, poco después de la desaparición física de Chesterton, publicó un pequeño libro en su homenaje, en el que escribieron sendos ensayos sobre él, el inquieto intelectual y alma de Polis, Jesús Guiza y Acevedo, el padre Antonio Brambila y Joaquín García Pimentel.

Para mí, y para muchos de mi generación, quienes nacimos en la década en que Chesterton murió, su influencia ha sido indudable y es nuestro deber rescatarlo para, al menos, proponerlo a las nuevas inquietudes y a las nuevas generaciones que buscan su propio camino y aspiran aún a pensar y convencer. Termino este trabajo con una cita clásica del extraordinario escritor, tomada de Ortodoxia, cuando en el primer capitulo del libro explica a quién sí y a quién no dirige su alegato: “Si hay quien mantenga que la extinción es preferible a la existencia, o la vida opaca preferible a la variedad y a la aventura, a ése no lo cuento entre los míos, con ése no hablo. Al que escoge la nada, la nada le doy.”

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Obras Proyecto Gutenberg

lunes, 11 de mayo de 2009

Ahumada: las razones

La intencionalidad es lo que caracteriza a los actos humanos y los distingue de los hechos de la naturaleza. Carlos Ahumada Kurtz finalmente publica un libro del que viene hablando hace varios años, el cual ha usado como amenaza abierta que como moneda de cambio con sus protectores, que a fin de cuentas lo desampararon. Las intenciones de esta publicación las iremos entendiendo en los próximos días o quizá en los próximos años.

Cuando se tramó el complot, descubierto y denunciado oportunamente y hoy plenamente confirmado con las confesiones del autor del libro, coincidieron las intenciones de dos personajes con motivaciones diferentes, pero que compartieron un fin: perjudicar y desestabilizar al Gobierno del Distrito Federal. Ambos querían lo mismo, pero uno se movía por el deseo de venganza y el rencor, y el otro por salvarse de la persecución de la justicia.


Para el arrogante y pagado de sí Diego Fernández de Cevallos, era la oportunidad de vengar una afrenta que no ha podido olvidar; es usted un farsante, un farsante, le dijo Andrés Manuel López Obrador y se lo reiteró a pregunta expresa, cara a cara y a corta distancia, frente a las cámaras de un canal de televisión y por tanto ante una amplia audiencia.

Para el ego de Diego, siempre presumido, siempre valentón, que alguien le endilgara rotunda y claramente un adjetivo tan definitorio, fue algo intolerable. Lo aguantó de momento y tan sólo farfulló una débil respuesta, pero nunca olvidó; ahora dice que tiene cosas mejores de que ocuparse, seguramente en sus negocios, pero lo cierto es que en cuanto pudo oteó el momento de la venganza y lo aprovechó cuando se encontró con la situación propicia y con su copartícipe.


En cuanto a Ahumada, que resulta ahora escritor, hay que decir que se encuentra prófugo de la justicia mexicana, la cual debe reclamar su extradición de Argentina, porque aquí tiene pendiente una sentencia que cumplir, pues a pesar de todo el apoyo federal que recibió, no pudo evitar en última instancia una sentencia condenatoria, que buenos jueces y buenos magistrados que se respetan confirmaron en su momento.

La historia, en el fondo, es sencilla: la entonces contralora del Distrito Federal, Bertha Luján, en cumplimiento de su deber presentó ante la procuraduría capitalina información con la que se abrió una averiguación previa sobre un posible fraude en contra del patrimonio de la delegación Gustavo A. Madero. Se trataba de pagos por poco más de 30 millones de pesos por obras que no se había hecho, pero sí cobrado.


La indagatoria se desarrolló conforme a la ley sobre las empresas fantasmas que recibieron los cheques en forma indebida, se pudo detener a uno o dos de los cómplices, y en la procuraduría estábamos ya pisando los talones del principal dueño de otra empresa a cuya cuenta de banco fluían finalmente los dineros mal habidos.


Cuando Ahumada se percató de que la justicia estaba a punto de alcanzarlo, atemorizado, aterrorizado sacó los videos que con total falta de ética grabó a quienes confiaban en él, y los puso en manos de los enemigos políticos de AMLO; pensó, y así se lo ofrecieron, que lo iban a proteger y a pagar con largueza, pero no fue así.


Los dos personajes, el que quería vengarse y el que estaba asustado, llevaron las cosas al extremo que todos conocemos; en lugar de presentar los videos a las autoridades para que determinaran si había algún delito que perseguir, Carlos Salinas y los demás que participaron, según Ahumada confiesa en su libro, escogieron el camino del escándalo mediático, que tanto daño hizo a todos y, bien pensadas las cosas, al país.


Quedó claro desde entonces, y lo reitero, que la difusión de los videos fue la respuesta de quien estaba siendo investigado para tratar de dañar a quienes había descubierto su fechoría, no a la inversa. Se ha dicho que su consignación y juicio fueron en venganza por los videos, lo cierto es que cuando éstos se hicieron públicos la averiguación estaba muy avanzada y sus cómplices ya habían sido detenidos.


El apoyo que le dieron inicialmente todos los personajes que ahora descubre y exhibe en su libro están recibiendo una sopa de su propio chocolate, entonces lo usaron para poner en aprietos a su rival político, después quisieron cumplir su compromiso de salvarlo del proceso en su contra, pero no lo consiguieron, y ahora toma venganza.


Recordar el encuentro de los dos personajes que ejecutaron el complot, aunque no los que tomaron la decisión de perpetrarlo, me hizo recordar un viejo dicho que se usaba cuando dos pillos se ponían de acuerdo para alguna maldad: “ahora sí –se decía– se juntaron Palomita y Juan de amor”.


Bernardo Bátiz V.





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sábado, 9 de mayo de 2009

LA CALLE DE REGINA


De niño, mi padre vivió en las Calles de Regina, en la Ciudad de México, calle entonces de las últimas del Centro, llamado después primer cuadro, al sur de la muy colonial Mesones, que como ella, conserva su nombre tradicional, próxima a las ciénegas que cubrían, después de la calzada de Cuahtemoctzín y Arcos de Belén, lo que ahora son las colonias Obrera y Roma; mis abuelos y sus tres hijos habitaban una casona de dos pisos, con balcones de hierro forjado, patio central y portón.


Él y sus hermanos vivieron con temor y asombro la aventura de la Decena Trágica, escondidos, sin salir de casa; mi abuelo cubrió con colchones las ventanas en previsión de una bala perdida y ahí en su hogar de Regina, con temor y azoro infantil, se aturdieron con los cañonazos que desde la cercana Ciudadela enviaba el General Manuel Mondragón, con buena puntería, al Palacio Nacional. El tableteo de las ametralladoras emplazadas sobre la Calle de Balderas se escuchaba muy diferente a los disparos graneados de los fusiles.

Miedo y emoción, encierro forzado y curiosidad al ver pasar soldados a pie y a caballo, mulas cargadas con cajas de parque y uno que otro vehículo de motor tripulado por paisanos o militares; la lucha en el corazón de la capital, culminó con la traición de Victoriano Huerta y los asesinatos arteros del presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente Pino Suárez.

Años después, durante los tres de mi secundaria, asistí a la Secundaria Uno, en el número 111 de la misma calle de Regina, cerca ya de Correo Mayor; durante esos años, conocí bien el rumbo, recorrí con mis camaradas los andurriales que aprendí a sentir como propios. En el Claustro de Sor Juana, además de varios locales de artesanos, estaba el Esmirna Dancing Club, y en el viejo palacio donde esta hoy el Museo de la Ciudad de México, había una tradicional cantina.


La Secundaria Uno se albergaba en un sólido edificio de cantera y ladrillo rojo, de tres altos pisos, patio inmenso y robustas columnas neoclásicas, que había sido construido para seminario conciliar y que era entonces el orgullo de las primeras escuelas de educación media, que impulsó lel movimiento vasconcelista; tuvimos buenos maestros que nos enseñaban y nos educaban, con ellos y por nuestra cuenta, se formaba el carácter. Nos transportábamos algunos amigos y yo, hacia el sur de la ciudad, a las colonias Álamos, Portales o Moderna en los tranvías amarillos que llegaban desde el Zócalo hasta Tlalpan y Xochimilco.

Regina es una calle que recorrí muchas veces en mi adolescencia, la formaban muchas casas de vecindad un poco abandonadas, una estación de bomberos y un resabio de los viejos tiempos, las antiguas cererías. Mi padre también de niño, jugó en el jardín de la placita de Regina y seguramente caminó por las mismas calles que yo.
Por ello, me llenó de satisfacción y removió viejos recuerdos un recorrido con unos buenos amigos por esa antigua rúa, hoy peatonal, adoquinada con un piso de cemento en forma de reja y rehabilitada como otras del Centro, por el actual gobierno. La calle recuperó su aspecto vivaz y alegre; hay ya algunos edificios modernos, pero se han conservados viejas casonas porfirianas algunas y otras más antiguas de la época virreinal. En un solar entre Bolívar e Isabel La Católica se habilitó un jardín de juegos para niños y frente a la señorial Iglesia de Regina Coelli (Reina del Cielo), abierta al culto, la plaza se encuentra adorna con bancas, arriates y prados, limpia, bien vigilada y atendida.

Hasta el sombrío edificio de la Fundación Concepción Beistegui se ve más limpio y con un nuevo aspecto, sus viejos muros devuelven el eco de las risas de los niños que juegan en la calle, igual que antes y en ambas aceras hay pequeños negocios donde venden café de primera y comidas tradicionales.

Si la obra del Gobierno de la Ciudad continúa por ese camino, nuestro hermoso Centro Histórico rehabilitado y remozado, volverá a ser el orgullo de la República y corona de la ciudad hospitalaria y alegre, tan digna, distinguida y galana como cualquier otra gran ciudad del mundo.

México, D. F. a 26 de Diciembre de 2009.
Bernardo Bátiz V.

lunes, 4 de mayo de 2009

D. F. PUEBLO EJEMPLAR


Los habitantes del Distrito Federal han demostrado en múltiples ocasiones su alto sentido de responsabilidad social ante catástrofes y problemas colectivos; un hecho ya remoto que viene a la memoria, es la defensa heroica que la Guardia Nacional hizo ante el asedio a la Ciudad por las tropas norteamericanas en 1847; en Churubusco se batieron bajo las ordenes del General Anaya, hasta disparar el último cartucho, no los soldados de línea que estaban en los lomeríos cercanos al Valle de México sin intervenir, sino los artesanos, los artistas, los cocheros, los cargadores y los profesionistas de México, incluidos los que por burla eran llamados los “polkos”, todos, defendieron su ciudad con valor y generosidad.

En los temblores de 1985, mientras que las autoridades, desde las más altas hasta las menores, se quedaron pasmados ante la cantidad de edificios derrumbados y la suspensión de los servicios básicos, los habitantes de la capital fueron quienes se organizaron para buscar victimas, rescatar algo y poner orden en el caos que siguió a la desgracia. Todavía algunas de las organizaciones que surgieron con motivo de los sismos, siguen vivas y actuando en favor de la comunidad, un ejemplo es la agrupación que lleva el nombre de la luchadora social “Benita Galeana”, que sigue encabezando grupos de marginados deseosos de mejorar su situación.

Ahora, con motivo del riesgo de pandemia que se vive en todo el mundo, pero especialmente en esta ciudad capital, el pueblo que la habita, los siempre participativos vecinos, han vuelto a dar muestras de responsabilidad y de sentido del deber.

Al circular por las calles semidesiertas de la gran urbe, por todos lados vemos a las personas con sus tapabocas, tratando de cumplir las instrucciones que hasta el cansancio, las autoridades federales han dado para evitar el contagio; son admirables los agentes de policía que se encuentran a lo largo de las avenidas, cuidando la circulación y soportando el calor, así como frecuentemente, la insolencia de los automovilistas. En las mañanas los recolectores de basura cumplen puntualmente con su deben, los operadores del metro y de los microbuses enguantados y con las mascarillas, continúan prestando el servicio que tienen encomendado.

La orden que dio el Jefe de Gobierno de cerrar los restoranes, bares, cantinas y otros establecimientos similares, ha sido cumplida y aun cuando algunos han protestado por que les ha parecido excesiva, la misma Organización Mundial de la Saludad confirmó, contradiciendo la critica velada del presidente Calderón, que la medida fue oportuna y necesaria.

Estoy cierto de que esta hermosa y hospitalaria ciudad de México saldrá otra vez adelante de esta nueva desgracia que se cierne sobre ella; a pesar de lo densamente poblado de la urbe en que se asientan los poderes federales, de las dificultades con motivo de le escasez de agua y algunas compras de pánico provocadas por las exageraciones de la televisión, los habitantes han demostrado disciplina y orden.

Ciertamente, han corrido rumores diversos sobre el origen del virus y sobre la credibilidad de las autoridades federales; esto se explica principalmente por que quienes tiene el deber de orientar e informar a la sociedad, han incurrido en ridículas contradicciones acerca del número de personas fallecidas y han cometido el grave error de tratar de aprovechar una desgracia colectiva para sacar ventajas políticas; un ejemplo de ello, es la insistente publicidad sobre la cantidad de pisos de cemento que han ordenado desde los Pinos, como si esa obra de elemental solidaridad fuera algo más que una mínima parte del deber de justicia social que tiene el gobierno con los más necesitados.

La ciudad con sus autoridades al frente, saldrá adelante y como siempre, el tiempo irá decantando quienes hacen bien las cosas y quienes las hacen sin sensibilidad social y buscando ventajas personales o partidistas.

México, D. F. a 1° de Mayo de 2009.
Bernardo Bátiz V.

DELINCUENCIA, CAUSAS Y EFECTOS

Nuestros senadores y diputados siguen discutiendo iniciativas que les envía el impugnado titular del ejecutivo federal, en las que para combatir a la delincuencia organizada o bandas de narcotraficantes, se proponen recetas que se acumulan unas sobre otras y que son ya un verdadero laberinto que poca entienden, porque todavía no se termina de discutir una ley, cuando ya está llegando la nueva iniciativa, todas, según sus autores como indispensables y urgentes para salvar a México de los delincuentes.

Lo lamentable es que las recetas que se proponen están siempre relacionadas con la fuerza, nuevos tipos penales, aumento a los años de cárcel, sanciones más severas, espionaje e incremento a las facultades de las fuerzas represivas. Esto es, que quieren vendernos tranquilidad y seguridad a costa de nuestras libertades y derechos, pero no van al fondo de la cuestión, al porque del fenómeno sociológico de la cultura delincuencial.

La Secretaría de Gobernación defiende la última iniciativa aduciendo que es resultado de una amplia discusión entre diversas instancias gubernamentales relacionadas con la lucha en contra de las bandas criminales y que se propone fortalecer a las instituciones que participan en esa lucha. En realidad, al menos en parte, las nuevas medidas, son en realidad, para justificar acciones que ya han sido y siguen siendo puestas en práctica, aun antes de que se aprueben las leyes, como ha sucedido en otros casos.

En opinión del senador Pablo Gómez, el presidente pretende adjudicarse la facultad de suspender parcialmente las garantías, decretando una especie de estado de sitio, como medida para la lucha contra el narcotráfico.

Nuevamente, se trata de acciones que se ocupan y preocupan de la persecución, de más facultades a soldados y a policías, de fuerza y más fuerza y de escaladas de violencia, pero se olvidan otra vez, de combatir las fuentes de las que surge el fenómeno delincuencial; nunca han pensado, los funcionarios que con tanto entusiasmo y poco éxito proclaman la guerra contra el narco, ¿por qué estas fuerzas obscuras cuentan con verdaderos ejércitos de personas, en especial jóvenes dispuestos a incorporarse como integrantes de las bandas?

La respuesta es que si no combatimos las causas que propician y facilitan ambientes delincuenciales, podemos estar ampliando cárceles y encerrando a nuevas generaciones de muchachos, por años y años, sin resultados apreciables.

Hace unos días, en la sede de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, tuvo lugar una reunión de diversas personas interesadas en los problemas de la seguridad y la justicia, en la que tuve la oportunidad de escuchar al P. Luigi Ciotti, quien en Italia ha encabezado diversos grupos civiles, por supuesto no gubernamentales, pero frecuentemente cercanos a las acciones de gobierno, que se han ocupado del tema.

La exposición del Padre Ciotti, organizador del Grupo Abele, y fundador del Movimiento Libera, fue sumamente interesante, destacó que cada vez es mayor el número de personas civiles que con mucho valor y a pesar de las amenazas de las mafias de su país, se organizan para buscar que se sancione con energía a los delincuentes, pero también que no se olvide a las víctimas y a los familiares de las víctimas directas; en su opinión la respuesta en contra de la delincuencia debe tener dos caminos, uno es la sanción y la persecución, pero el otro, fundamental es buscar las causas del problema social.

En su opinión, no se puede tener éxito en esa batalla, sin buscar la justicia y en especial, remarcó, la justicia social; esto es, que si en la sociedad hay un fondo de injusticia estructural y un marco de desigualdades económicas, culturales, educativas, que es necesario revertir; por cada delincuente que enviemos a los reclusorios, si no modificamos las estructuras injustas, aparecerán dos, tres o más dispuestos a ocupar su lugar.

No defiende por supuesto a los delincuentes, en una profunda expresión, dice que es incompatible la acción criminal con el Evangelio”; por ello, todos los laicos y los religiosos interesados en formar comunidades y asociaciones en contra de la criminalidad, deben ocuparse en primer lugar de saber, de tener conocimientos para poder dar respuestas a quienes forman parte del mundo de la droga y del delito; deben también actuar no solo con “responsabilidad” si no principalmente con “corresponsabilidad”. La agrupación Abele por él fundada, no es otra cosa que una red de agrupaciones que se apoyan unas a otras y que, para cambiar la cultura del delito por otra de concordia y respeto, usan todas las herramientas a su alcance, el deporte, la cultura, la convivencia social, el estudio, etc.

Principalmente es necesario buscar en forma colectiva, la justicia, que comienza según expresión de Padre Ciotti con la justicia social, que no es solo la legalidad, si no que es equidad y sensibilidad ante los problemas de pobreza y marginación; en su opinión, la mafia se alimenta de la injusticia social.

Nuestra autoridades que tanto se inquietan y agitan por los hechos terribles que los medios de comunicación nos ponen demasiado insistentemente ante nuestros ojos, deberían encausar sus reflexiones a este otro punto de vista del problema, al combate eficaz de las causas de la descomposición social y no solo a sus efectos que se expresan en forma truculenta en homicidios, tiroteos y venganzas, que son terribles y que hay que sancionar, pero que no cesarán sino cegamos la fuente de injusticia de la que provienen.

México D. F. a 24 de Abril de 2009.

Bernardo Bátiz V.